martes, 11 de diciembre de 2012

Niños perdidos







¿Peter Pan? ... preguntaba alguien al otro lado de la pantalla no hace mucho. Ojalá.

Bien mirado,  una espada de madera y unos leotardos ceñidos son toda la defensa que nos queda a los que seguimos observando el mundo con filtro, en color sepia. Caminar de puntillas por los cerros lejanos a Nunca Jamás se convierte en toda una peripecia, poco recomendable para alguien que no entiende (o desearía no entender) de menesteres rancios y abruptos. 
He visto apuntar frentes sin rostro con armas más afiladas que la mía mientras el corazón se detenía y las pecas de esta pueril nariz huían a esconderse a algún rincón oculto de la nuca. 

Los últimos capítulos  del cuento  al  que asistimos vienen disfrazados de telas,  juicios y banderas.   Como niños perdidos, tan solo nos resta hacernos gorritos de papel con ello y liderar una nueva aventura  cabalgando sobre zorros, topos y linces. Nadie más cabe por tan menudos recovecos ni conoce los árboles huecos donde agazaparse mientras pasa la tormenta. Sus enrojecidos ojos son incapaces de percibir las rutas trazadas con ceras sobre las hojas de otoño. 

Ello, queridos míos, sólo se aprende al otro lado del valle, en Nunca Jamás.
Bien podrían ser tres eternidades las que nos separan de la última vez que bailamos con la inocencia, pero la marca en la palma de la mano sigue ahí.

Para Laura, Fran, Mamen, Mario, Vicente, Javier, Irene, Rubén, Aroa, Mercedes, Bernal, Germán, Lidia, Rocío, Miguel, Marta ... y todos los demás. 





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