domingo, 8 de diciembre de 2013

No puedes hacer que un triceratops te ame. No puedes amar a un triceratops.




La estupidez humana se cimenta sobre toda una larga lista de excusas que la justifican. No sé cuánta humanidad me queda entre los dientes... eso sí,  mis labios son un remanso de estupidez continua.  El travestismo emocional te puede llevar a creer que el espejo no va a detectar cuan tarado/a eres  si disfrazas tus miserias con un "pero",  un "es que", un "cuando te lo cuente lo entenderás" delante. Lo hace... y es tanto o más sincero que la lycra después de navidad. Hay verdades incómodas y hostiles  por mucho que intentes domarlas clavando piruletas de corazones sobre su lomo.


Me enamoré de un triceratops. Un ceratopsiano ceratópsido de ojos grises malhumorado. ¿Dónde estaba el problema?.¿En qué taza con mensaje absurdo estaba escrito?¿Desde cuándo una relación entre una especie extinguida y otra en peligro de extinción estaba abocada al fracaso? ¿Por qué no íbamos a ser nosotros los protagonistas de cualquier valiente canción de mensaje vacío tarareada por parroquianos del jäger en cualquier garito oscuro de mala muerte?. Pues porque él no bailaba. Los triceratops no bailan.  Me había enamorado perdidamente de una bestia turquesa sin ritmo, ni tempo...ni tiempo para mi. Mi triceratops era eterno y no podía descolocarme los minutos. Pude llegar a pillarle en renuncios de no más de 5 segundos. No más.

Me enamoré de un triceratops. Desde entonces mi corazón es un fósil, como él.